En un tiempo marcado por el apuro, el cansancio acumulado y la lógica del “llegar a fin de año”, hay quienes eligen detenerse. No para descansar, sino para estar disponibles para otros. El voluntariado, especialmente en esta época, aparece entonces como un gesto que va a contramano de lo que muchas veces propone la sociedad, ya que implica menos consumo y más presencia; menos pantallas y más encuentros, menos discurso y más cuerpo. En ese escenario cargado de emociones, esta acción no promete soluciones mágicas ni respuestas definitivas.
“No se trata solo de dar, sino de no dejar solos a otros en una fecha cargada de significado”, fue el resumen de cuatro jóvenes voluntarios de distintos puntos de Tucumán, que eligen atravesar este tiempo desde otro lugar. Con presencia y un compromiso concreto.
Para Daiana Del Campo, ser voluntaria hoy implica ir a contramano: “es un desafío, porque la sociedad nos invita a lo contrario. Al egoísmo, al materialismo, a pensar solo en uno mismo. A fin de año estamos cansados, alterados, impacientes. El voluntariado aparece como una decisión consciente de frenar eso y poner por delante la empatía, el amor y al otro”.
La Cruz Roja en 2026: voluntariado, donaciones y otras formas de ser parte de la organizaciónEsa elección se traduce en algo muy concreto. En estar para el otro. “Poner el cuerpo significa dejar de lado las pantallas. No alcanza con escribir un mensaje o subir una foto. Todo pasa por el cuerpo por las miradas, las palabras, el cansancio, las emociones. Es jugársela de verdad”, remarca la joven de la capital. Todo esto se vivió el miércoles en la plaza Independencia, cuando decenas de voluntarios se acercaron a colaborar para que aquellos que menos tienen recibieran la Navidad con un poquito de esperanza.
¿Qué es? ¿Y qué no es?
Lejos de ciertos imaginarios instalados, el voluntariado actual no se vive como un acto heroico ni como una práctica excepcional. Tampoco se reduce a la caridad ni a “ayudar a los pobres”. Es, más bien, una acción cotidiana que construye lazos, devuelve sentido y humaniza los espacios públicos.
“Ser voluntario hoy es elegir no mirar para otro lado -define Martín Segovia desde el sur de la provincia-. Vivimos saturados de información, pero muy desconectados del otro. Para mí, el voluntariado es frenar esa lógica y decir ‘acá estoy’, con tiempo, con escucha”.
Y desde esa mirada, tampoco aparece como sacrificio: “no se vive como renunciar a la familia, sino como ampliarla. Por ejemplo, la Navidad no pierde valor por no estar en casa; se resignifica si la intención tiene algo más profundo detrás”.
Voluntariado en el Parque Nacional Aconquija: cómo sumarse a una experiencia que deja huellaPor su parte, Lucía Coronel lo plantea como una cuestión de coherencia. “Decimos que falta empatía, que el mundo está mal. Ser voluntaria es intentar hacer algo concreto frente a eso. No siempre salgo contenta; a veces vuelvo triste, pero con una mirada más real de lo que pasa”, reflexiona.
Del Campo coincide en que la motivación no está exenta de cansancio, y remarca: “los obstáculos existen y el desgaste es grande, pero me moviliza la causa”. Ella encuentra impulso en pensar cuánta gente logra vivir algo diferente, deja de lado por un rato dolores económicos, emocionales o afectivos gracias a las acciones que promueven. “Me motiva la gente”, afirma.
El voluntariado como valor humano
El papa Francisco señaló en varias oportunidades que el voluntariado no solo transforma la realidad de quien recibe ayuda, sino también la de quien se compromete. Servir sin esperar nada a cambio -“servir al prójimo sin servirse del prójimo”- fue, para el Pontífice, una forma concreta de construir una sociedad más humana, donde la gratuidad se vuelve una riqueza social.
Voluntariado, una forma de transformar la realidadEsa idea no fue nueva. Gandhi entendía el servicio como un camino para encontrarse a uno mismo. La Madre Teresa insistía en que el mayor regalo no es lo material, sino el tiempo. Martin Luther King planteaba una pregunta ética tan simple como incómoda: ¿qué hacemos por los demás. No como consignas, sino como prácticas, esas miradas reaparecen hoy en experiencias locales que eligen poner el cuerpo.
Una expresión concreta
En San Miguel de Tucumán, iniciativas como “Una Navidad Diferente” y las propuestas más pequeñas replicadas en ciudades del interior, reflejan cómo el voluntariado se traduce en gestos simples. Una comida compartida, una charla con música, una presencia que rompe la soledad. Sin épica ni grandilocuencia, como parte de una red que se activa cuando más se la necesita.
“Lo más impactante fue ver cómo la gente se suma año tras año, cómo pregunta, cómo colaboraba con lo que puede. No llegan solo personas en situación de calle; también vecinos solos que se quedan a compartir. La vergüenza pasa a segundo plano cuando el objetivo es ayudar”, resume Melanie Seminara desde Concepción.
Por qué hoy más que nunca
En un contexto atravesado por la crisis económica, la soledad urbana y la fragilidad de las redes de contención, el voluntariado no reemplaza al Estado ni a las políticas públicas. Pero sostiene algo que, cuando se quiebra, deja marcas profundas en el lazo social.
“Las personas en situación de vulnerabilidad están mucho más agradecidas de lo que se cree -señala Del Campo-. A veces pensamos que hay rencor, pero lo que aparece es gratitud por una ayuda genuina, desinteresada”.
Si alguien duda en sumarse, los cuatro coinciden en el mensaje. “No hace falta saberlo todo ni ser fuerte todo el tiempo”, dice Segovia. “Solo estar dispuesto”. “Que se animen, incluso con miedo”, agrega Coronel.
Del Campo, finalmente, lo sintetiza desde la experiencia: “Es una forma concreta de agradecer por todo lo que tenemos y devolverlo en acción. Todos tenemos algo para dar”.